viernes, 20 de mayo de 2016

EL JUEGO SIGUE SIN MÍ


Ismael recuerda la época en la que, cuando tenía trece años, sus padres contrataron a Rai, un chico cinco años mayor que él, para que le diera clases particulares. Tras una primera sesión poco productiva, establecieron un pacto: el alumno estudiaría por su cuenta y el profesor le hablaría de libros, de películas, de música, de la vida… También de Samuel, un joven que se citó por carta con su exnovia, con la amenaza de que si no se presentaba se suicidaría.

Con este punto de partida, Martín Casariego ha escrito una novela de iniciación, una novela sobre el paso de la adolescencia a la madurez; sobre la familia y las nuevas formas de relación entre los jóvenes; sobre la intensidad de una etapa tan decisiva en la vida; sobre el peso de la existencia y cómo aliviarlo. Una historia marcada por las sombras, las dudas y los secretos.

Contada por un protagonista anónimo que, cual Lazarillo, recuerda nueve años después el comienzo de su adolescencia: sus relaciones familiares, sus amigos y sus peleas, sus primeros escarceos con el sexo, su amistad con Rai, al cual va a considerar su ídolo y que le abrirá unos mundos nuevos sumergiéndolo en libros, películas, comics y música. Todo ello contado con luidez. Nuestro protagonista pide, al comienzo de la novela, que le llamemos Ismael, igual que el protagonista de Moby Dick, y al final también encontrará su ballena blanca, de la que ha estado huyendo y negando durante años, cambiándolo todo e impulsándole a replantearse lo que ocurrió.

Martín Casariego nos cuenta lo siguiente:

“Hace bastantes años tuve la idea de escribir una historia sobre un chico que amenazaba a su ex novia con suicidarse si no se presentaba a una cita. Como ocurre a menudo, esa novela no se escribió, pero dio pie a El Juego Sigue sin Mí. Esa es la historia que cuenta Rai al narrador, durante sus atípicas clases, y sirve de hilo vertebrador de la narración. Lo de esas lecciones en las que se pierde el tiempo surgió a partir del recuerdo de lo que nos contaba un hermano de las clases que daba a un amigo mío, en las que hablaban de cualquier cosa menos de la asignatura. Y me interesaba como base para contraponer la educación sentimental y la académica, un tema muy característico de las novelas de iniciación. En El juego sigue sin mí, para darle una vuelta más, concebí una doble historia de aprendizaje: la del narrador, en un primer plano, mucho más evidente, y una segunda, subterránea, que el lector descubrirá en algún momento de la lectura, y que tendrá que imaginar en su mayor parte.

Quería reflejar ese momento de la vida en el que creemos poder descubrir su secreto a través de las películas, los libros y, sobre todo, las canciones y las chicas, en el que queremos ser adultos, sin saber exactamente en qué consiste eso ni en cómo se hace, ignorantes de que es simplemente el tiempo el que nos hace mayores, sin que para ello intervenga nuestra voluntad.

El juego sigue sin mí es una novela adulta, pero con protagonistas jóvenes. Creo que sus lectores se pueden mover a ambos lados de esa difusa frontera que existe entre los “jóvenes adultos” y los ya maduros, como los de algunos libros que estaban en mi mente mientras escribía (pienso en Jack Frusciante ha dejado el grupo, El guardián entre el centeno, La ley de la calle, Jaulas o Función en el colegio, sin olvidar Lazarillo de Tormes, Moby Dick, La isla del tesoro, y un largo etcétera). Ya acabada, creo que es un paso más allá de mi novela” juvenil más popular, Y Decirte Alguna Estupidez, Por Ejemplo, Te Quiero, no tanto por la manera en la que está escrita, sino por el fondo y el trasfondo de lo que se cuenta.

Pero quería hablar, sobre todo, de las heridas y las cicatrices, y de las heridas que no acaban nunca de cicatrizar. De las mías, por supuesto, que se pueden confundir con las de tantos otros. Si lo he conseguido, valió la pena el año y medio que dediqué a escribir El juego sigue sin mí”.

PREMIO DE NOVELA CAFÉ GIJÓN 2014

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