martes, 30 de diciembre de 2014

EL FICHERO PERFECTO

En medio del camino de la vida,
me encontré en una oscura biblioteca,
un abismo con forma de guarida.
«El pecado es la pena del que peca»,
dijo el bibliotecario, un saturnino
diablo de lengua negra y voz reseca.
«En estos libros duerme tu destino
desde la eternidad, y una eviterna
búsqueda en adelante es el camino
que habrás de deshacer hacia la interna
meta u origen. Fueron tu pecado
los libros: sean tu noche y tu linterna.»
Igual que este terceto encadenado
me vi, pues, al lenguaje y su impostura,
en su inmenso palacio confinado...

No me sorprendió que el infierno fuera una biblioteca. Subir la piedra de la ignorancia por una montaña de libros, sin alcanzar nunca la cima del conocimiento, es la más refinada versión del suplicio de Sísifo.

—La biblioteca es inmensa, como puedes ver —dijo el demonio—, y crece sin cesar; pero tiene un pequeño defecto: carece de fichero. Hacerlo será tu cometido.

—Eso es tarea del bibliotecario —objeté.

—Cierto. Y sólo el bibliotecario puede salir de aquí; por lo tanto, si quieres recobrar la libertad, tienes que asumir su función. Mejor dicho, tienes que consumarla. Deberás hacer fichas precisas y detalladas de todos los libros, lo más completas posible.

—Todas las semanas se publican miles de libros —protesté—. Por muy deprisa que hiciera las fichas, cada vez estaría más lejos de la meta.

—Estás dando por supuesto que la producción de libros nunca tendrá fin. Ni la de hombres. Lo cual es de todo punto inverosímil. Lo más probable es que acabes tu tarea en unos cuantos milenios. SÍ la emprendes con diligencia y tesón, naturalmente.

Las últimas palabras me llegaron distorsionadas por el efecto Doppler, pues, mientras las pronunciaba, el demonio se alejó a gran velocidad por un larguísimo corredor de la inmensa biblioteca.

Al cabo de un rato lo llamé, e inmediatamente apareció a mi lado con un chasquido eléctrico.

—¿Todavía no has iniciado tu tarea? —preguntó al ver que no me había movido del sitio.

—Por el contrario, ya la he terminado.

—Espero que no te ofendas si me permito ponerlo en duda —ironizó. O tal vez hablara en serio, pues en su rostro no había más que melancolía.

—No sólo he fichado todos los libros que ahora mismo hay en la biblioteca —afirmé—, sino que he puesto a punto una máquina que fichará automática e instantáneamente todos los que vayan entrando.

—Fascinante —dijo sin inmutarse—. ¿Y dónde está?

—Es una máquina conceptual, y la hemos inventado entre los dos. Tú me has dado la clave.

—¿De qué modo?

—-Al decirme que tenía que hacer fichas precisas y detalladas, lo más completas posible. Obviamente, he dado por supuesto que no te conformarías con la mera consignación del título, el autor, la editorial, la fecha de publicación y demás datos técnicos.

—Obviamente.

—He pensado que las fichas tendrían que dar constancia del contenido de cada libro. Qué menos que un resumen del argumento, me dije. Pero enseguida me di cuenta de mi error, pues resumir es trivializar o traicionar, y un bibliotecario tan riguroso como tú nunca aceptaría fichas triviales o traicioneras.

—Puedes estar seguro de ello.

—Y entonces me he acordado de tus últimas palabras al hablar de las fichas: lo más completas posible. Ahora bien, ¿cuál es la ficha lo más completa posible de un libro? La respuesta es obvia: el libro mismo. Una ficha en la que no figurara el libro entero podría ser más completa y, por tanto, no cumpliría el requisito de ser la más completa posible. De modo que aquí tienes tu fichero —concluí señalando con un amplio gesto las interminables estanterías—. Cada libro es la ficha de sí mismo, la más precisa y detallada, la única realmente completa.

—Merdre —masculló el bibliotecario mientras los libros empezaban a bajar de sus estantes y a apilarse formando una pirámide escalonada, una torre de Babel para subir al cielo.

Carlo Frabetti, El Libro Infierno

Como Dante, el protagonista de este libro (infierno) tiene que recorrer nueve círculos escalonados, nueve niveles infernales correspondientes a otros tantos crímenes y penas. Pero en este infierno-biblioteca sólo hay un demonio, el bibliotecario, y los condenados son los propios libros.

¿O acaso el único condenado es el perplejo protagonista (y con él el lector), atrapado en un infierno a la medida y enfrentado a un diablo hecho a su imagen y semejanza?

En este libro, que es ingenio, juego y narración, Carlo Frabetti nos propone una reflexión irónica sobre la visión del mundo que subyace a nuestra cultura. Un divertimento lleno de sabiduría y agudeza.



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