lunes, 14 de enero de 2019

RECORDÁNDOLA



Víctor me dijo una vez que tengo facilidad para enamorarme de mujeres tristes. Tenía razón: algo que siempre me gustó de Irina fue su tristeza. A veces Víctor estaba en lo cierto, incluso cuando no tenía ni la menor idea de lo que pasaba a su alrededor.

                Víctor nunca supo con certeza lo que yo sentía por Irina. Para mí hubiera sido una vergüenza tener que reconocerlo, aunque tal vez él lo sospechó alguna vez. Me temo que mis dotes para el disimulo no eran muy notables hace quince años. El amor, recién descubierto, resultó un sentimiento muy desagradable, parecido a una enfermedad nerviosa. Quien se haya enamorado alguna vez sabrá entenderme. No es necesario que sea de la persona equivocada.

                Procuré que nadie supiera toda la verdad. Víctor, por otra parte, solía estar siempre demasiado ocupado en sus propios asuntos para prestar atención a los míos. Una de las virtudes que más aprecio en mi madre es su don para escuchar cuando es necesario. Nunca le dijo, aunque ella lo supo, que Irina fue la primera chica que me partió el corazón. Y también la única. Tampoco le mostré jamás el anillo que llevé tanto tiempo junto a mi pecho. Aunque el anillo fue el más insignificante de los tesoros que retuve de Irina.

                No sé por qué las personas tenemos tendencia a arrepentirnos de nuestros actos cuando ya no tienen remedio. Ahora, tantos años después, quisiera que todo hubiera sucedido de otro modo entre Víctor y yo. Supongo que, tras lo ocurrido, nuestra separación era inevitable. No me refiero a una separación física: seguí viéndole, claro, pero sólo porque no podía evitarlo. Y durante aquellas visitas me mostré cordial, pero más frío de lo que es habitual en mí. Es mi peor defecto: soy de natural reservado. Algunos lo llaman timidez. Sucede que no me gusta compartir mis cosas con cualquiera. Víctor, para mí, era un cualquiera. Y más después del verano en que apareció Irina en las vidas de los dos.

                No podía ser de otra forma. Cometimos la mayor torpeza que pueden cometer dos hombres: nos enamoramos de la misma mujer

Care Santos, El Anillo de Irina
PREMIO ALANDAR 2005

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