jueves, 31 de enero de 2019

CONOCIENDO A CONAN DOYLE



—La cena —respondió, despertando de su ensueño— ha sido en el hotel Langham, donde tanto la decoración como la carne están demasiado pasadas. Mi editor, el señor Stoddart, es un encanto. Es norteamericano, de ahí que le rodee ese halo tan lleno de energía y de orgullo. Es el editor del la revista Lippincott's Monthly Magazine...
—¿Y te ha hecho un nuevo encargo? —conjeturé.
—Mejor aún. Me ha presentado a un nuevo amigo. —Arqueé una ceja—. Sí, Robert, esta noche he hecho un amigo nuevo. Te gustará.
Yo estaba ya acostumbrado a los repentinos arrebatos de entusiasmo de Oscar.
—¿Voy a conocerle? —pregunté.
—En breve, siempre que tengas algo de tiempo libre.
—¿Va a venir aquí? —Eché una mirada al reloj de la repisa de la chimenea.
—No, iremos a verle nosotros... para desayunar. Necesito su consejo.
—¿Consejo?
—Es médico. Y también escocés. De Southsea.
—No me extraña que estés inquieto, Oscar —dije, echándome a reír. También él se rió. Siempre se reía con los chistes de los demás. No había la menor sombra de mezquindad en Oscar Wilde—. ¿Por qué estuvo presente en la cena? —pregunté.
—Porque también es escritor... novelista. ¿Has leído Micah Clarke? La Escocia del siglo diecisiete jamás ha resultado más distraída.
—No, no la he leído, pero sé exactamente a lo que te refieres. Hoy había un artículo sobre él en The Times. Es el hombre de moda: Arthur Doyle.
—Arthur Conan Doyle. Le da poca importancia a eso. Sospecho que debe de tener tu edad: veintinueve, quizá treinta años, aunque le envuelve un aire de gravedad que le hace parecer mucho mayor. Es un hombre claramente brillante, un científico que sabe bien jugar con las palabras, y bastante apuesto, siempre que uno sea capaz de imaginar su rostro bajo ese bigote de morsa. A primera vista, parece un cazador de caza mayor recién llegado del Congo, pero aparte de su apretón de manos, que resulta del todo intolerable, no tiene nada de bruto. Es suave como san Sebastián y sabio como san Agustín de Hipona.
Volví a reírme.
—Te veo entusiasmado, Oscar.
—Y presa de la envidia —respondió—. El joven Arthur ha causado sensación con su nueva creación.
—Sherlock Holmes —dije—, detective privado. Estudio en Escarlata. Lo he leído. Es excelente.
—Stoddart opina lo mismo. Quiere la continuación. Y, entre la sopa y el pescado, Arthur le ha prometido que la tendrá. Al parecer, se titulará El Signo de los Cuatro.
—¿Y qué hay de la historia que ibas a escribirle al señor Stoddart?
—La mía también será una novela de misterio, aunque un poco distinta. —De pronto cambió el tono de voz—. Tratará sobre el asesinato que escapa a los mecanismos de detección ordinarios. —El reloj dio el cuarto. Oscar encendió un segundo cigarrillo. Guardó unos segundos de silencio y fijó la mirada en la rejilla vacía—. Esta noche hemos hablado mucho de asesinatos —dijo con voz queda.

Gyles Brandreth, Oscar Wilde y una Muerte sin Importancia

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