jueves, 24 de enero de 2019

NIÑO LEE, LO QUE SEA, PERO LEE



Vivo ansiosa. Quiero que mis hijos estudien robótica, porque nos gobernarán androides de hojalata. Que hablen mandarín, que con los chinos, tan sospechosos siempre, nunca se sabe. Que toquen el arpa, para ser la envidia de mi rellano. Ah, y las capitales de Europa, que se las sepan toditas, como Franco se sabía los Reyes Godos. Por querer, quiero hasta que arrasen con las de Rusia y compañía, y que me las enseñen, que en la EGB era sólo la URSS y no este sindiós de ahora. Todo por culpa de Gorbachov y su perestroika. Menuda liaste, Mijaíl.
Así que, con esta prisa mía para que hagan currículum, o le doy al Loracepam o me dan taquicardias como tsunamis. En el fondo me aterra que se conviertan en unos paquirrines sin Cantora o en unos borjas sin Thyssen, que esos, con latifundios y Bornemiszas, bien pueden andar todo el día en chándal sin dar palo al agua.
También me atormenta que se apunten a 'Gran Hermano' y hablen con la boca llena; que sean tronistas y metan en casa a una 'mamachicho'; o, siniestro total, que vayan a 'Gandía Shore'. No lo permitan los arcángeles, por Dios, no lo permitan.
Por eso me automedico sin control y les apunto a todo. Y a 'lot of English', pero a 'lot', no me vayan a salir como Rajoy o algo peor. Sobre este particular pongo yo mucha intención y les calzo tantas pelis como puedo en versión original. Sería muy 'cuqui' y muy de pititas cardadas decir que ellos lo aceptan sonrientes, mientras me piden, por favor, unas 'crudités' para merendar.
Pero la realidad es que en cuanto escuchan a Pocoyó en guiri, en mi casa se desata la 'kale borroka'. No me incendian el plasma de milagro. Pero yo, hierática, no doy marcha atrás. Por lo menos hasta que no hablen como los hijos de la Preysler, aunque estas criaturas mías no pisen Miami Beach. Tal es mi empeño que hace años casi me dejé fecundar por un inglés sólo para que fuesen nativos. Aquello no salió bien, así que no queda otra que, 'teacher' va y 'teacher' viene, pulir acento hasta parecer de 'Trafalgar Square'.
Para que se me refinen, todos los días cenamos con Chopin. Y me obsesiona que lean: la 'Eneida', 'Fray Perico' y su borrico o las etiquetas de Inditex. Lo que sea. Mi fe en la letra impresa es inquebrantable.
Desde hace unas semanas estaba pletórica. Mi hijo fagocita cómics (algo es algo) sin solución de continuidad. Va a dos volúmenes por semana. Yo lo dejo caer, así como al descuido, en todas las conversaciones que puedo y veo cómo a mis amigos 'hípsteres' se les crispan los ojillos. Ellos, mucho comprar cuentos y 'muffins' en librerías alternativas pero, a la hora de la verdad, sus hijos están más enganchados al iPhone que los yonquis a la metadona. Mientras, mi vástago, pensaba yo, va para notario. Por fin alguien va a prosperar en esta casa. Tendrá abono 'premium' en la ópera y casa en Sotogrande.
Tururú.
Ayer me asomé a esas viñetas que tanto lo atrapan. "Los dibujos se parecen a Heidi, será manga japonés", pensé. "Pero bueno, es lectura, es lectura", me repetí como un mantra. En uno de los bocadillos leí, en perfecto castellano, "teta" y "culo". Esa era la 'drogaína' de mi ¿niño?
Ay, Dios.
Mar Muñiz

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