domingo, 24 de diciembre de 2017

BRINDIS DE NAVIDAD


—Tenemos té de grosella negra —dije, yendo a la cocina para poner a hervir la tetera—. E higos. Por favor, considérense en casa. Presentes, el Dickens está en esa librería, el estante de arriba, y el Scott justo debajo.
Saqué el azúcar y la leche y los pastelillos glaseados que había comprado para Gemma. Retiré el papel de aluminio del budín de ciruela.
—Cortesía de sir Spencer Siddon que, desgraciadamente, sigue siendo un miserable —dije, depositándolo sobre la mesa—. Lamento que no hallaran a nadie a quien reformar.
—Hemos tenido un pequeño éxito —dijo Presentes desde la librería, y Marley sonrió taimadamente.
—¿Quién? —dije—. No Mama Montoni.
La tetera se puso a silbar. Eché el agua sobre el té y lo traje a la mesa.
—Vamos, vamos, siéntense. Presentes, traiga su libro consigo. Puede leernos un poco mientras se hace el té. —Adelanté una silla para él—. Pero primero tiene que hablarme de esa persona a la que reformó.
Marley y Aún Por Venir se miraron como si compartieran un secreto, y ambos miraron al Espíritu de las Navidades Presentes.
—Ha leído usted el Marmion de Scott, ¿no? —dijo, y supe que, fuera lo que fuese, no iban a decírmelo. ¿Una de las personas en la cola, quizá? ¿O el propio Harridge?
—Siempre he pensado que Marmion era un poema excelente para Navidad —dijo Presentes, y abrió el libro—. “Y nuestros sires cristianos de antaño —leyó— amaron cuando el año rodó su curso, y trajeron de nuevo la alegre Navidad, con todas sus cosas hospitalarias.”
Serví el té.
—“El ponche, en sus buenas poncheras de barro —leyó— adornadas con cintas, se alza alegre.” —Dejó el libro y alzó su taza de té en un brindis—. ¡Por sir Walter Scott, que sabía cómo mantener la Navidad!
—Y por el señor Dickens —dijo Marley—, el fundador de la fiesta.
—¡Y por los libros! —dije yo, pensando en Gemma y en Una princesita—, que instruyen y nos sostienen en los tiempos difíciles.
—“¡Apilad más madera! —leyó Presentes, tomando de nuevo su libro—. El viento es helado; pero dejad que silbe a voluntad, mantendremos nuestras Navidades alegres pese a todo.”
Serví más té, y comimos los pastelillos glaseados y los higos de Gemma y la mitad de un pastel de carne que hallé en la parte de atrás del frigorífico, y Presentes nos leyó “Lochinvar” con efectos sonoros.
Y mientras traía la segunda tetera de hirviente agua, el reloj empezó a sonar las horas y, fuera, las campanas de las iglesias se pusieron a tañer. Miré el reloj. Imposiblemente, era medianoche.
—¡Ya es Navidad! —dijo jovialmente Presentes—. Las veladas con los amigos vuelan demasiado aprisa.
—Y son los amigos quienes las hacen volar —dije yo.
—Por los pequeños éxitos —dijo Marley, y alzó su taza hacia mí.
Miré al Espíritu de las Navidades Presentes, y luego al de las Navidades Aún Por Venir, cuyo rostro todavía no podía ver, y luego de vuelta a Marley. Sonrió astutamente.
—Vamos, vamos —dijo Presentes en el silencio que se formó—. Todavía no hemos brindado por las Navidades Aún Por Venir.
—Sí, sí —dijo Marley, haciendo sonar excitadamente sus cadenas—. Habla, Espíritu.
Aún Por Venir tomó el asa de su taza de té con sus huesudos dedos y la alzó.
Contuve el aliento.
—Por la Navidad —dijo, ¿y por qué siempre había temido aquella voz? Era clara e infantil. Como la voz de Gemma diciendo: “Estaremos juntos la próxima Navidad.”—. Por la Navidad —dijo el Espíritu de las Navidades Aún Por Venir, y su voz se hizo más fuerte a cada palabra—. Dios nos bendiga a Todos.

Connie Willis, Adaptación

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