jueves, 19 de octubre de 2017

NEXUS-6


Rick extrajo un viejo y arrugado sobre de papel de manila. Se echó atrás en su sillón de estilo importante, y hurgó en su contenido hasta que encontró lo que buscaba: los datos existentes sobre el Nexus-6.

Un momento de lectura justificó la afirmación de la señorita Marsten: el Nexus-6 poseía efectivamente los dos trillones de elementos, así como la posibilidad de optar entre diez millones de combinaciones de actividad cerebral. En 45 centésimas de segundo un androide equipado con esa estructura cerebral podía asumir una cualquiera entre catorce actitudes de reacción. En otras palabras, los androides con la nueva unidad cerebral Nexus-6 —desde un punto de vista pragmático y nada disparatado— sobrepasaban a una considerable porción de la humanidad, aunque fueran los del nivel inferior. Para bien o para mal. En algunos casos los criados superaban a los amos. Pero había nuevos criterios, por ejemplo el test de empatía de Voigt-Kampff. Un androide, por dotado que estuviera en cuanto a capacidad intelectual pura, no podía encontrar el menor sentido en la fusión que experimentaban rutinariamente los seguidores del Mercerismo, y que tanto él mismo como prácticamente todo el mundo, incluso los cabezas de chorlito subnormales, lograban sin dificultad.

Se había preguntado, como casi todos en un momento u otro, por qué precisamente los androides se agitaban impotentes al afrontar el test de medida de la empatía. Era obvio que la empatía sólo se encontraba en la comunidad humana, en tanto que se podía hallar cierto grado de inteligencia en todas las especies, hasta en los arácnidos. Probablemente la facultad empática exigía un instinto de grupo sin cortapisas. A un organismo solitario, como una araña, de nada podía servirle. Incluso podía limitar su capacidad de supervivencia, al tornarla consciente del deseo de vivir de su presa. Y en ese caso, todos los animales de presa, incluso los mamíferos muy desarrollados, como los gatos, morirían de hambre.

En una ocasión había pensado que la empatía estaba reservada a los herbívoros o a los omnívoros capaces de prescindir de la carne. En última instancia, la empatía borraba las fronteras entre el cazador y la víctima, el vencedor y el derrotado. Como en el caso de la fusión con Mercer, todos ascendían juntos y una vez terminado el ciclo, juntos caían en el abismo del mundo-tumba. Curiosamente, esto parecía una especie de seguro biológico, aunque de doble filo. Si alguna criatura experimentaba alegría, la condición de todas las demás incluía un fragmento de alegría. Y si algún ser humano sufría, ningún otro podía eludir enteramente el dolor. De este modo, un animal gregario como el hombre podía adquirir un factor de supervivencia más elevado; un búho o una cobra sólo podían destruirse.

Evidentemente, el robot humanoide era un cazador solitario.

A Rick le gustaba pensar así: su trabajo se tornaba más aceptable. Si retiraba —o sea, mataba— a un andrillo, no violaba la regla vital establecida por Mercer. Sólo matarás a los Asesinos, había dicho Mercer el año en que las cajas de empatía aparecieron en la Tierra. Y en el Mercerismo, a medida que se desarrollaba hasta construir una teología completa, el concepto de los que matan, los Asesinos, había crecido insidiosamente. En el Mercerismo, un mal absoluto tironeaba el deshilachado manto del anciano que subía, vacilante; pero no se sabía quién ni qué era esa presencia maligna. Un merceriano sentía el mal sin comprenderlo. De otro modo, un merceriano era libre de situar la presencia nebulosa de los Asesinos donde le parecía más conveniente. Para Rick Deckard, un robot humanoide fugitivo, equipado con una inteligencia superior a la de muchos seres humanos, que hubiera matado a su amo, que no tuviera consideración por los animales ni fuera capaz de sentir alegría empática por el éxito de otra forma de vida, ni dolor por su derrota, era la síntesis de los Asesinos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario