miércoles, 4 de octubre de 2017

NARCISO Y ECO


Un contagioso sonido de risas femeninas inundó la cálida y ordenada madriguera.
—¡Ay, Mari! ¡Esa ilustración no es del mito que acabo de relatarte!
La madre de Mari sostenía en una mano la hoja de papel casero y, con la otra, se tapaba la boca para intentar reprimir, sin éxito, otro ataque de risa.
—Mamá, tú te dedicas a contar historias. Y yo a dibujarlas. Es nuestro juego, ¿no? Nuestro juego favorito.
—Bueno, sí —dijo Leda, intentando recomponer todavía su expresión para hacerla más comedida—. Yo cuento las historias, pero tú tiendes a dibujar lo que crees que oyes en ellas.
—Pues yo no veo dónde está el problema. —Mari se movió para colocarse junto a su madre y examinar con ella el dibujo recién terminado—. Eso es exactamente lo que me vino a la mente mientras nos contabas la historia de Eco y Narciso.
—Mari, has dibujado a Narciso como si fuera un hombre joven que está convirtiéndose en flor. Torpemente. Una de sus manos es una hoja, pero la otra sigue teniendo aspecto de mano. Y lo mismo pasa con esto… —Leda reprimió una risilla—. Bueno, y con otras partes de su anatomía. Y tiene un bigotillo y una mirada tonta en los ojos, si bien tengo que admitir que tienes un talento asombroso para hacer que una criatura de aspecto tontorrón, medio hombre y medio flor, cobre vida. —Leda señaló en el dibujo a la fantasmal ninfa que, de algún modo, Mari había hecho parecer entre aburrida y molesta mientras observaba la transformación de Narciso—. Y has conseguido que Eco parezca… —Leda dudó, en un claro intento por encontrar las palabras adecuadas.
—¿Harta de Narciso y de su ego? —propuso Mari.
Leda abandonó cualquier atisbo de reprimenda, y rio en voz alta.
—Sí, ese es exactamente el aspecto que has conseguido que tenga Eco, aunque esa no es la historia que yo te he contado.
—Bueno, Leda —Mari pronunció el nombre de pila de su madre y enarcó las cejas—. Estaba escuchando tu relato y, mientras dibujaba, decidí que estaba clarísimo que al final le faltaba algo.
—¿Al final? ¿En serio? —Leda golpeó a su hija con el hombro—. Y no me llames Leda.
—Pero te llamas Leda.
—Para los demás. Para ti, me llamo Madre.
—¿Madre? ¿De verdad? Es que suena tan…
—¿Respetuoso y tradicional? —En esta ocasión, fue Leda quien se ofreció a completar el pensamiento de su hija.
—Más bien aburrido y anticuado —respondió Mari, esperando con ojos brillantes la predecible respuesta de su madre.
—¿Aburrido y anticuado? ¿Acabas de decir que soy aburrida y anticuada?
—¿Qué? ¿Yo? ¿Llamarte a ti aburrida y anticuada? ¡Nunca haría eso, mamá, nunca! —rio Mari, levantando los brazos en señal de rendición.
—Así me gusta. Y supongo que «mamá» está bien. Mejor que Leda.
Mari volvió a reír.
—Mamá, llevamos dieciocho inviernos con la misma discusión.
—Mari, mi niña, me alegra decir que, aunque has vivido dieciocho inviernos, no en todos tenías la capacidad de hablar. Me diste un par de inviernos de respiro antes de que empezaras y nunca más dejaras de hacerlo.
—¡Mamá! Siempre dices que tú me animabas a hablar antes de que hubiera cumplido dos inviernos —respondió Mari, con sorpresa fingida, mientras buscaba la rama carbonizada con la que estaba dibujando y le quitaba a su madre el dibujo de las manos.
—Sí, yo nunca he dicho que fuera perfecta. Era una madre joven e inexperta que intentaba hacer las cosas lo mejor posible —dijo Leda con voz afectada mientras soltaba el dibujo para que su hija lo cogiera.
—Muy muy joven, ¿no? —dijo Mari, volviendo a dibujar rápidamente mientras resguardaba el dibujo contra su pecho para que Leda no pudiera verlo.
—Así es, Mari —dijo Leda, intentando atisbar algo por encima del brazo de Mari—. Tenía un invierno menos que tú cuando conocí a tu maravilloso padre y… —Leda se quedó callada, mirando con el ceño fruncido a su hija, incapaz de contener sus risillas.
—Arreglado —dijo, tendiéndole el dibujo a Leda para que lo revisara.
—Mari, tiene los ojos bizcos —respondió su madre.
—El resto de la historia me hace pensar que no era muy avispado. Así que le he dibujado así para que parezca un poco tonto.
—Ya veo. —La mirada de Leda se cruzó con la de su hija, y ambas volvieron a dejarse llevar por la risa.
Leda se secó los ojos y estrechó a su hija en un breve abrazo.
—Retiro todo lo que he dicho sobre tu ilustración. Decreto que es perfecta.
—Gracias, madre. —Los ojos de Mari soltaban chispas.

P.C. Cast, Elegida por la Luna

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