miércoles, 4 de febrero de 2015

EL VALOR DE LA LECTURA

La lectura ha sido siempre uno de los grandes placeres del que, incomprensiblemente, nada quieren saber el 50% de los españoles. La lectura forma parte del placer y de la felicidad tan ajenos a las felicidades y los placeres que nos ofrecen las multinacionales del consumo, de aquellos que tienen más que ver con la plenitud que otorga la utilización de las facultades mentales como son la fantasía, la memoria, la imaginación, la emoción, el raciocinio y la inteligencia cuando se unen para construir un mundo de ficción autónomo de la realidad en que se fundamenta y al mismo tiempo tan real como la misma realidad.

Pero, además, la lectura constituye un recurso espléndido en los largos periodos como el actual, en el que los periódicos y las televisiones, a los que recurrimos en busca de información u ocio, no ofrecen más que noticias y elucubraciones sobre el Papa. No sé usted, pero yo no puedo más de Papa. Y la lectura entonces constituye un refugio que me compensa de un mundo informativo que cada vez me gusta menos.

Nada es más fácil que poner de manifiesto las ventajas de la lectura sobre la ausencia de lectura, la benéfica influencia que tiene sobre todos nosotros y el placer que nos proporciona. Otra cosa es que mi discurso sea convincente; otra, que los padres y los maestros convenzan a sus hijos y alumnos, y otra, más difícil aún, pretender cambiar los hábitos del que no tiene, porque nunca la tuvo, la costumbre de leer, o del que, por causas varias difíciles a veces de determinar, la perdió.

Leer es ante todo un ejercicio de la mente. La mueve, la revoluciona y la desarrolla, siempre produciéndole esa inquietud que asoma cuando conocemos otros ámbitos y otras opiniones; en una palabra, cuando accedemos a otros mundos distintos del que nos envuelve y nos protege. Leer acelera el ritmo de nuestra inteligencia, la fortalece y la enriquece, del mismo modo que caminar fortalece los músculos de las piernas y nos hace más ágiles.

Esto es elemental y uno se pregunta tantas veces cómo los padres tan aficionados a que sus hijos hagan toda clase de deportes, desde el tenis a la esgrima, no se preocupan de que sus hijos desarrollen al mismo ritmo las facultades mentales cuya inmovilidad es muchas veces la responsable de los fracasos escolares.

Pero, además, esa misma inteligencia va adquiriendo con la lectura tal confianza en sí misma que, al poner a debatir su propio parecer con los pareceres múltiples que le ofrece la lectura, adquiere su propio criterio frente a todos los acontecimientos que la vida nos ofrece. Es en buena medida gracias a la lectura que la inteligencia deja de ser susceptible de ser manipulada, al menos en parte, y comienza y afianza su propio camino hacia la libertad.

Y, sobre todo, la lectura nos convierte en creadores. El texto que leemos pasa inevitablemente por nuestra experiencia, nuestra imaginación y nuestra fantasía, gracias a las cuales somos capaces de interpretarlo y de hacerlo nuestro, de tal modo que el resultado de la novela, del relato o incluso del ensayo que hemos recibido lo recreamos en función de nuestra propia interpretación. Es ahí donde reside la grandeza de la creación: todo el que bebe de ella no sólo participa de la creación del autor, sino que a partir de ella crea su propia historia.

Pero no me cansaré de decir, como al principio de estas líneas, que sumergirse en la lectura, sea de ficción o de opinión o de investigación, proporciona uno de los grandes placeres para los que, todo parece indicar, hemos venido al mundo, ya que para ello disponemos de las herramientas necesarias. Cierto es que esas herramientas hay que utilizarlas, de otro modo ni hay lectura ni hay placer.

De ahí que la lectura, siendo un placer, sea uno de los placeres activos que exigen nuestra colaboración, en contraposición con los placeres pasivos que nos ofrecen tantos ocios conocidos hoy, en los que, por decirlo así, casi no participan las facultades del alma y no tienen más exigencia que, es un decir, ese leve movimiento de la mano para ir cambiando de canal.


Leer es viajar, es conocer otros mundos que viven como nosotros en el planeta, pero también es conocer otros ámbitos de pensamiento tan válidos como los nuestros. Leer es sumergirse en la vida de otros personajes, es detestar y amar y comparar, es sentir complicidad con el pensamiento de un ser que tal vez nunca conoceremos o disentir de otro entendiendo los elementos que nos separan de él. Leer es tener muchas vidas, es abrirnos mil posibilidades, es tener la opción de conocer y de reconocer el pasado y el presente, y --¿para qué negarlo?-- es un camino que nos conduce inevitablemente al centro mismo de nuestro propio yo: conocerse al fin, saberse, aceptarse y por lo mismo aceptar a los demás.

Leer es un antídoto contra cualquier concepción del mundo excluyente y fundamentalista, y un revulsivo contra la violencia, la personal y la de las ciegas violencias que en nombre de dios o de la patria, quienquiera que sean, tiñen hoy de oprobio y vergüenza buena parte del planeta y de sus habitantes.

Pero por más que los gobiernos, como es su deber, sobre todo si figuraba en su programa electoral por el cual lo hemos elegido, pongan en marcha políticas de fomento de la lectura y por más que las escuelas se esfuercen en buscar métodos para despertar y alimentar el hábito de la lectura en los niños, el resultado dependerá también en buena medida en lo que hagan los padres. En una casa sin libros, qué pocos niños serán capaces de leer...

Leamos pues, seamos felices y dejemos que lo sean también nuestros hijos.

Rosa Regàs


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