viernes, 10 de septiembre de 2021

PRIMER DÍA DE CLASE

 


La facultad tenía varios accesos situados en los laterales del edificio. En condiciones normales, Emma no entraría por la puerta principal. Le gustaba pasar desapercibida. Mezclarse con la gente como si fuera una más, para tomarle el pulso a los espacios y a las personas. Pero era su primer día y tenía que recoger unos formularios en la entrada. Aprovechó los cristales de la puerta para examinar su reflejo. Tenía pinta de cualquier cosa excepto de profesora de Derecho Penal. Sonrió de manera fugaz. Por un momento estuvo a punto de recolocarse el pelo, pero optó por hacer todo lo contrario. Era una de las ventajas de llevarlo tan corto. Lo revolvió disparándolo en todas las direcciones, inspiró hondo y entró en el edificio dispuesta a empezar con buen pie.

—Buenos días —saludó al conserje, que acababa de colgar el teléfono—. Creo que el decano ha dejado aquí una documentación que debo recoger. Me comentó que tenía una junta urgente y no podía estar aquí para recibirme. Soy Emma Cruz.

—¿Usted es Emma Cruz? —le preguntó el conserje mirándola de arriba abajo, sin disimular la sorpresa.

—En efecto —contestó ella con una sonrisa.

—¿La nueva profesora de Derecho Penal? —insistió el hombre, con cierta suspicacia.

No acababa de creerse que aquella mujer vestida con cazadora de cuero con tachuelas y vaqueros rotos fuese quien decía que era. Emma estaba acostumbrada a salir bien parada de ese tipo de situaciones.

—Entiendo que le cueste creerlo. Pero ¿sabe qué me pasa? —le preguntó ella, acercándose como para hacerle una confidencia—. Las profesoras de Derecho por lo general me parecen algo... ¿Cómo decirlo? Estiradas. Y los profesores también, para qué negarlo. Y yo no quiero parecer una estirada. ¿Comprende lo que le quiero decir?

Tal y como Emma había intuido, el conserje cambió de actitud de inmediato. Se relajó y dejó escapar una sonrisa pícara, que cubrió con la mano. Acababa de hacer su primer amigo en la facultad.

—¡No sabe cómo la comprendo! Hay una fauna aquí que... Si yo le contara...

—Ya imagino. Perdone, ¿cuál era su nombre?

—Daniel —le contestó él, tendiéndole la mano—. Aquí me tiene para todo lo que precise, profesora Cruz.

—Llámame Emma. Y no me trates de usted. Odio los formalismos —añadió en voz baja, buscando aumentar la complicidad que acababa de crear con aquel desconocido.

Daniel le entregó el sobre con la documentación y le indicó hacia dónde tenía que dirigirse.

—Tu despacho es el C325. La llave de la puerta está en el sobre. Son todos compartidos. Tienes como compañero al señor Arias.

—El comisario —apuntó ella, que ya estaba al tanto de ese dato.

No le hacía excesiva ilusión tener al comisario de compañero de despacho. Había leído algún artículo suyo en revistas especializadas y le parecía un pedante.

—Sí, pero solo viene cuando tiene que dar clase, un par de veces por semana. Pisa poco el despacho, así que no te molestará mucho —la tranquilizó el conserje—. Bienvenida, Emma. Y mucha suerte en esta facultad. Mañana, si quieres, te la enseño con más calma.

—Gracias, Daniel.

Dio media vuelta y echó a andar por un amplio corredor. Las paredes eran grises y frías. «Un poco de Pop Art no le vendría nada mal a este sitio», pensó. Algunos bancos de madera intentaban suavizar la dureza de aquella arquitectura, pero no lo lograban. Se cruzó con varios alumnos que ni siquiera repararon en ella. Ella sí que los observó, a todos ellos. No pasaban de los veinte. Centró su atención en una chica peinada con un moño tirante. Vestía traje y llevaba un maletín. Emma había terminado la carrera hacía algo más de quince años. Desde entonces, algunas cosas no habían cambiado en absoluto (...)

A las diez en punto salió del despacho y se dirigió al aula donde le tocaba presentarse. Era alumnado de segundo curso. La materia se dividía en dos bloques. En el primer semestre impartiría Derecho Penal I, y en el segundo Derecho Penal II. Los alumnos aguardaban por ella apiñados delante de la puerta. Emma murmuró un saludo y recibió un par de miradas de extrañeza. Dos estudiantes rubias hablaron por lo bajo, preguntándose quién sería aquella mujer. «Imposible que se trate de la profesora», comentó una de ellas examinando su atuendo.

Las aulas tenían una ligera inclinación. Al fondo, en un estrado fijo, estaba la mesa del profesor. Emma sacó su iPad de la mochila y lo conectó al proyector mientras el alumnado empezaba a sentarse.

—¿Puede cerrar alguien la puerta, por favor? —preguntó dirigiéndose a los alumnos que estaban al fondo.

Se quitó la cazadora y se sentó a la mesa. Luego buscó con la mirada a las dos alumnas que habían murmurado algo cuando entró en el aula. Una vez que las localizó en la segunda fila, comenzó a pronunciar el discurso que había preparado mentalmente desde la tarde anterior.

—Mi nombre es Emma Cruz. Y sí, pese a su incredulidad, soy la nueva profesora de Derecho Penal. Durante los próximos meses voy a ser la encargada de transmitirles mi pasión por esta rama del Derecho Público, sustituyendo a la profesora Marta Reyes, que como saben está de baja. Una pasión que comenzó siendo yo alumna de una facultad no muy diferente de esta, hace ya más de quince años. El Derecho puede resultar en ocasiones tremendamente abstracto, lo sé. Términos como punitivo, inimputable, doloso o alevosía tal vez en este momento les parezcan carentes de importancia, incluso insustanciales. Mi misión aquí es despertar dentro de ustedes esa chispa necesaria para que de esta promoción salgan grandes penalistas. Este país necesita grandes penalistas para salir de la crisis social en que vivimos. Una crisis alimentada por la proliferación de los delitos socioeconómicos perpetrados por aquellos que ostentan el poder.

Emma había logrado atrapar al alumnado. No era una presentación usual. Los profesores solían llegar, decir su nombre y explicarles los pasos necesarios para aprobar la materia: prácticas, exámenes y demás. El discurso de Emma se salía por completo de la norma y los estudiantes la escuchaban desconcertados.

—Estoy segura de que varios de ustedes han analizado nuestros métodos y habilidades didácticas a lo largo del pasado curso. Como futuros juristas, son personas críticas y exigentes. Lo sé porque yo también lo soy. Apostaría algo a que más de una vez han tenido la sensación de que el profesorado de Derecho somos una especie de programadores de máquinas de memorizar. ¿Nunca los han hecho sentirse máquinas de memorizar? —les preguntó.

Un par de alumnos asintieron en silencio, con timidez.

—Venga, sin miedo —los animó ella—. Les prometo que no hay trampa. Que levante la mano quien se haya sentido alguna vez así.

Levantaron la mano alrededor de veinte alumnos. En la clase había poco más de sesenta.

—Hay materias que se aprueban chapando —prosiguió Emma—. La mía no va a ser una de ellas, se lo garantizo. Yo no quiero máquinas de memorizar. Quiero alumnado inteligente, capaz de argumentar y contraargumentar. Quiero sacar lo mejor de su oratoria. Que con las palabras adecuadas logren cambiar las emociones de sus oyentes, como estoy haciendo yo en este preciso instante. No me gustan los autómatas, la gente gris y mecánica. Por el contrario, valoro la creatividad y la frescura de la improvisación. Me gusta la gente que es capaz de ponerme los pelos de punta con tres frases.

Ledicia Costas, Infamia

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