lunes, 27 de septiembre de 2021

ME LLAMO AMANDA BLACK

 


… y mi historia comienza un día de no hace mucho tiempo.

Mi vida en aquellos momentos era una... No sé cómo decirlo para que suene más suave... En fin, te lo cuento y ya rellenas tú los puntos suspensivos.

Vivía en un apartamento de una sola habitación con mi tía abuela Paula; es más abuela que tía, su amor puede llegar a ser agobiante, pero, aun así, me siento agradecida por tenerla. Me llevó a vivir con ella cuando yo era un bebé. Mis padres murieron poco después de nacer yo. No tengo recuerdo alguno de ellos. La tía Paula es mi única familia.

Nuestro piso era diminuto, apenas una habitación estrecha, y teníamos que compartir el cuarto de baño con nuestro casero, que también era el propietario del restaurante mejicano que había justo debajo de nuestro piso y del edificio en el que vivíamos, un edificio que se caía a pedazos situado en uno de los peores barrios de la ciudad. El casero ya no trabajaba en el restaurante, lo llevaba uno de sus hijos. Él sólo pasaba por allí para comer. El hombre adoraba la comida mejicana. «Adoraba» = «No comía otra cosa». Y cuanto más picante, mejor, le encantaba el picante.

Kilotones de picante.

Tenía que levantarme antes del amanecer para ir al baño porque el casero era muy madrugador. Si perdía la carrera, aquello se convertía en zona catastrófica. Habría sido necesario ponerlo en cuarentena, en alarma de guerra biológica. Habría necesitado una pinza en la nariz para internarme en aquella jungla olfativa, de lo contrario me hubiese esperado una desagradable muerte por asfixia.

Sin embargo, mi vida estaba a punto de cambiar.

Y no sabes de qué manera.

Bárbara Montes y Juan Gómez-Jurado, Una herencia peligrosa

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