lunes, 14 de agosto de 2017

EL VIAJE A LONDRES DE GUILLE


En la mitad de agosto mamá, papá y yo nos fuimos a Londres, que es la capital de Inglaterra porque hablan en inglés y siempre llueve y también porque allí vive Mary Poppins cuando tiene trabajo. Yo no había viajado nunca en avión y como mamá era azafata, conocía a mucha gente y me dejaron sentarme con el piloto, que tenía un bigote rojo y se reía como un pirata porque era australiano, que es como un inglés aunque de más lejos.
Papá estaba de mal humor y a lo mejor triste. Mamá ya no iba a volver a casa, porque se iba a trabajar a Dubái, y no se ponían de acuerdo nunca: papá decía que no y mamá que sí; papá que no quería, mamá que sí, y así todo el rato desde primavera, por eso mamá llevaba tantas maletas y nosotros solo una bolsa de deporte muy pequeña que pusimos en el armario del techo del avión.
Cuando llegamos a Londres ya no había sol y llovía un poco, pero así fue mejor porque no hacía calor y mamá se rio mucho cuando papá empezó a hablar en inglés y la señora de la taquilla del tren no le entendía y puso las cejas así, como los payasos, pero en señora negra con cosas de colores en el pelo. Entonces fuimos al hotel y todo tenía alfombras para que no se manchara el suelo, hasta el ascensor, y papá dijo:
–Desde luego, mira que son estos ingleses con tanta alfombra. Pero si hay alfombras hasta en las paredes.
El hombre que vivía en el ascensor con el uniforme de botones grandes se rio un poco, pero no mucho, porque era argentino como el señor Emilio, y dijo:
–Los ingleses, ya sabe, che.
Y ya está.
Luego fuimos al Big Ben, que es el mismo reloj gordo con agujas que sale en Peter Pan cuando vuelan por la noche, y al museo donde duermen las momias antiguas y donde también pasean muchos japoneses, pero era tan grande y había tantas cosas que al final mamá dijo:
–¿Os apetece que comamos en un vietnamita, chicos?
Papá dijo: «Bueno», pero muy serio, y mamá me miró y también hizo así con los hombros, como cuando la señorita Sonia pregunta algo en clase y no sabemos qué decir aunque no sea culpa nuestra porque todavía no lo hemos dado.
Entonces nos metimos por una calle muy larga y luego torcimos por otra y ya llegamos.
Papá me contó que los vietnamitas son hombres chinos pero más educados y que viven más felices porque cocinan cosas picantes que les queman en la lengua para que coman con la boca cerrada. Mamá se reía mucho todo el rato y yo también, pero papá casi nada. Es que como a él no le sale nunca bien lo de los palillos, tenía un trozo de pescado que se le escapó volando a la mesa de al lado y el señor vecino, que llevaba un turbante naranja como el de Aladino y una barba blanca muy larga, dijo muchas cosas muy rápido como enfadado y luego también se rio, aunque ahora no me acuerdo muy bien, es que como íbamos a montarnos en la noria y se hacía tarde me daba miedo que cerraran, porque mamá siempre dice que los ingleses lo hacen todo muy pronto para poder tomar el té en casa a las cinco con sus gatos.
De ese día solo me acuerdo de la noria con mucha gente y de nada más.
Al día siguiente fuimos al parque donde se conocieron los perros de 101 dálmatas, bueno los padres dálmatas, y comimos pescado con patatas fritas en un puesto de la calle que olía raro. También fuimos en un barco de cristal por el río y cuando nos bajamos mamá le dijo a papá:
–Tenemos que llevar a Guille a tomar el té como buenos ingleses.



Entonces cogimos el autobús rojo de dos pisos como los que salen en las películas pero de verdad y nos bajamos delante de unos grandes almacenes que eran como El Corte Inglés aunque más ricos, con coches de oro en la puerta y un restaurante muy grande con camareras rubias. Cuando terminamos de tomar el té con un pastelito cada uno, papá pidió la cuenta y la señorita rubia se la trajo en una cajita. Papá abrió la cajita y se puso muy rojo, como cuando se enfada mirando el fútbol por la tele. Luego abrió la boca y se le hizo una O muy grande. También dijo, gritando un poco:
–Pero, bueno… ¿se puede saber…?
Mamá le puso la mano en el brazo y torció así la cabeza, a un lado.
–Déjalo, Manu.
–Pero, pero… –dijo papá.
Y entonces mamá le miró muy seria y dijo muy bajito:
–No lo estropees.
Después hicimos más cosas y también dormimos en el hotel y al día siguiente era el último porque era domingo, ¡y por fin fuimos a ver a Mary Poppins!
Yo tenía muchos nervios y se me escapó un poco el pis mientras esperábamos en la puerta llena de luces del teatro, con un cartel muy grande donde estaban Mary con Bert en la escena de los caballitos del tiovivo y también muchos niños y madres y padres, pero en inglés.



Entonces entramos y enseguida que el señor indio con gafas nos acompañó a nuestro sitio, se levantó la cortina y empezó a sonar la música. Luego salieron Mary Poppins y la veleta, y el paraguas de cotorra y la casa que se abría por el tejado, y mamá y yo nos pusimos a cantar, ella en inglés y yo no, porque nos sabíamos todas las canciones de tanto ensayarlas en casa. Todo pasó tan rápido que de repente Mary Poppins voló colgada de un cable desde el escenario hasta el techo y se marchó, y todos saltábamos y gritábamos y algunos niños lloraban y otros se reían mucho, y mamá me abrazaba muy fuerte porque nos daba pena que se marchara, y bueno.
Después fuimos a ver a Mary Poppins a su cuarto lleno de espejos. Cuando entramos, olía muy bien. Me dio dos besos y dijo cosas en inglés, que mamá tradujo todo el rato, hasta que Mary me sentó en su falda y dijo:
–Ah, yo adora Espania, me gusta la gentes y Torremolainos y Benalmadena porque todo es mucho alegre en verano y gente ríe siempre muy simpática. –Se calló y se retocó un poco el sombrero. Y también dijo–: Tienes que ser bueno con tus padres, William, muy bueno. Ellos quererte siempre, ¿sí?
Le dije que sí y ella me alborotó el pelo y ya está.
Bueno, no, porque cuando ya nos íbamos, me dijo:
–Y no olvides nunca: cuando tengas problema gordo o pena, acuerda de Mary Poppins, di la palabra mágico muy fuerte para que yo oiga bien y todo, todo, cambia siempre, ¿sí? –Me miró por el espejo y me guiñó el ojo, así, y cantó–: ¡Supercalifragilistikespialidosuuuuus!
Salí del teatro muy contento y cantando de la mano de papá, pero enseguida llegó la parte mala, porque se había hecho tarde y teníamos que darnos prisa para ir al aeropuerto. Es que volvíamos en un avión de noche porque como mamá y papá no son ricos, pues claro. Mamá nos acompañó a la estación. Ella se quedaba en Londres porque al día siguiente se marchaba en su avión pequeño a trabajar a Dubái y durante todo el camino en el metro papá no dijo nada y mamá tampoco, y yo tenía un dolor aquí, como de barriga pero diferente.

Alejandro Palomas, Un Hijo

PREMIO NACIONAL NARRATIVA JUVENIL 2016

No hay comentarios:

Publicar un comentario