lunes, 19 de julio de 2021

PEQUEÑA MÚSICA NOCTURNA

 


¿Los Beatles?

Sí, los recuerdo. Especialmente al pequeñín, ¿cómo se llamaba? ¡Ah, sí! Ringo.

¿Los Stones? Claro que los contraté. Aquel Mick Como-se--llame era un tipo raro, qué le voy a contar.

Kiss, Led Zeppelin, The Who, Eddie and the Cruisers..., los he contratado a todos, en uno u otro momento. Después de cierto tiempo, todos acaban por confundirse en la memoria de uno. De hecho, sólo hay un grupo que recuerdo con toda claridad. Y es extraño, porque nunca tuvieron un éxito clamoroso.

¿Oyó hablar alguna vez de Vlad y las Empaladoras?

No lo creo. Diablos, no hay ninguna razón para que haya tenido noticia de su existencia. Yo tampoco había oído hablar de ellos hasta que Benny -no es exactamente mi socio, pero cooperamos de vez en cuando- me llama un día y me dice que tiene un grupo nuevo, y que si yo puedo hacerle algún hueco en mi programación. De modo que miro el calendario, veo que me quedan un par de fechas por cubrir y le digo que sí, qué diablos, que me mande a su agente, y tal vez podamos llegar a un acuerdo. Benny dice que no tienen agente, que ese tipo, Vlad, se ocupa personalmente de todos los detalles.

Bueno, si se ha visto alguna vez obligado a tratar con uno de esos payasos, comprenderá que no me sentí precisamente encantado, pero como el primer guitarra de la banda futurista Cubos de Sangre está en la trena por posesión y no veo que nadie vaya corriendo a depositar su fianza, le digo a Benny que tengo media hora disponible para recibirle, a las tres de la tarde.

-Malo, Murray -contesta-. Este tipo se levanta tarde.

-Como todo el mundo en este negocio -digo-, pero las tres de la tarde ya es casi mañana.

-¿Qué tal si cenáis juntos, a las siete más o menos? -sugiere Benny.

-Descartado, muchacho -contesto-. Tengo una cita importante, y acabo de comprar precisamente un juego de cadenas de oro para impresionarla y llevármela al huerto por la vía rápida.

-A ese tipo Vlad no le gusta esperar -dice Benny.

-Bueno, si quiere un puñetero contrato, tendrá que aprender a esperar.

-De acuerdo, de acuerdo, déjame consultarle -dice Benny, y hay una pausa de un minuto-. ¿Qué tal te va a las tres?

-Creí que acababas de decirme que no podía ser a las tres.

-Me refiero a las tres de la madrugada.

-¿Quién es ese tipo, un enfermo de insomnio? -pregunto.

Pero luego recuerdo el Mercedes 560 SL descapotable de color azul pastel que vi el otro día, y pienso, qué diablos, quizás el grupo de ese tipo me permita pagar el primer plazo, de modo que contesto que de acuerdo con las tres de la madrugada...

Y tal como fueron las cosas, podíamos habernos reunido también a las siete, porque la muy zorra me tiró el plato de sopa a la cara y se largó del restaurante, sólo porque yo había empezado a jugar al pequeño tamborilero en su muslo por debajo de la mesa.

Así que me vuelvo a la oficina, me tumbo en el sofá a echar una cabezada y cuando me despierto, me encuentro delante a ese tipo flaco, vestido todo de negro, sentado en una silla y mirándome fijamente. Me figuro que está colgado o algo por el estilo, porque tiene las pupilas dilatadas de pared a pared, y la piel blanca como una hoja de papel. Yo intento recordar cuánto dinero en metálico tenía en los bolsillos al tumbarme, pero entonces él me saluda con un gesto de cabeza, y habla.

-Buenas noches, señor Barron -dice-. Creo que me esperaba usted.

-¿Ah, sí? -pregunto, incorporándome e intentando enfocar la mirada.

-Su socio me ha dicho que viniera a verle aquí -sigue diciendo-. , Yo soy Vlad.

-Oh, de acuerdo -exclamo, y la cabeza se me empieza a aclarar.

-Encantado de conocerle, señor Barron -dice, tendiéndome la mano.

-Llámeme Murray -le contesto, estrechándole la mano, que está tan fría como un pez muerto y tiene casi la misma textura-. Bueno, Vlad -comienzo a decir después de soltar su mano tan pronto como puedo y de reclinarme en el sofá-, cuéntame algo de ti y de tu grupo. ¿Dónde habéis tocado?

-Sobre todo al otro lado del océano -replica, y me doy cuenta de que tiene un acento raro, pero no consigo localizarlo.

-Bueno, no hay nada malo en eso -le digo-. Algunos de nuestros mejores grupos empezaron en Liverpool. Por lo menos, uno de ellos -añado con una risita.

Se me queda mirando sin sonreír, lo cual me pone fuera de mí, porque si hay algo que no puedo soportar es a un tipo sin sentido del humor.

-¿Va a contratar a mi grupo, entonces? -pregunta.

-Para eso estoy aquí, Vlad, tronco -digo, y empiezo a relajarme a medida que voy acostumbrándome a esos ojos y esa piel-. Precisamente tengo una ocasión inmejorable, un crucero a Acapulco. Seis días. Cinco billetes por noche y todas las camareras a las que consigas echar la zarpa. -Sonrío de nuevo para que sepa que está tratando con un hombre de mundo, y no con algún pequeño usurero judío que no sabe de qué va el rollo.

Sacude la cabeza.

-Nada que tenga que ver con el agua.

-¿Se marea? -pregunto.

-Algo por el estilo.

-Muy bien. -Me rasco la cabeza, y de paso compruebo que tengo el peluquín correctamente colocado-. Aquí tengo una boda que quiere un poco de música en la recepción.

-¿De qué religión? -pregunta.

-¿Tiene alguna importancia? -contesto-. Piden un grupo de rock. Nadie le va a pedir que toque Hava Naguila.

-Nada de iglesias -sentencia.

-Para ser un tipo que anda buscando trabajo, amigo, lo pone muy difícil -le digo-. Si quiere trabajar conmigo, tendrá que recorrer la mitad del camino que nos separa.

-Trabajaremos en cualquier local que no sea una iglesia o un barco -contesta-. Sólo tocamos de noche, y exigimos intimidad total durante el día.

Bien, justo en el momento en que decido que estoy perdiendo el tiempo, y me dispongo a enseñarle la puerta, de pronto va y pronuncia las palabras mágicas.

-Si lo hace tal como le pedimos, le entregaremos el cincuenta por ciento de nuestros honorarios, en lugar de su comisión habitual.

-¡Vlad, cariño! -le digo-. ¡Tengo la impresión de que éste es el comienzo de una larga y hermosa amistad! -Me acerco en un par de zancadas al mueble-bar que está detrás de mi mesa de despacho, y empuño una botella de burbujas-. ¿Lo hacemos oficial? -pregunto, mientras saco también un par de copas.

-No bebo... champaña -contesta.

Me encojo de hombros.

-De acuerdo, dime tu veneno, muchacho.

-Tampoco bebo veneno.

-Vale, me rindo -digo-. ¿Qué te parece un Bloody Mary?

Se relame, y los ojos le brillan.

-¿Cuáles son los ingredientes que lleva?

-Bromeas, ¿verdad? -le pregunto.

-Nunca bromeo.

-Vodka y zumo de tomate.

Bueno, me figuro que podemos pasar la noche jugando al Adivina Qué Bebe Este Capullo, de modo que renuncio, saco un contrato impreso del cajón del centro de mi escritorio, y le pido que eche una firma.

-Vlad Dracule -leo mientras él garabatea su firma-. Dracule, Dracule. Me suena familiar.

Me dirige una mirada fulminante.

-¿De veras?

-Pues sí.

-Me temo que está usted equivocado -dice, y puedo ver que se ha puesto tenso por alguna razón.

-¿No tenían los Piratas un tercera base llamado Dracule hacia los años sesenta? -pregunto.

-No sabría decírselo -contesta-. ¿Cuándo y dónde actuaremos?

-Le llamaré para concretar los detalles -informo-. ¿Dónde puedo encontrarle?

-Creo que será mejor que contacte yo con usted -replica.

-Muy bien -digo-. Llámeme mañana por la mañana.

-No estoy disponible por las mañanas.

-De acuerdo, a mediodía entonces. -Miro sus extraños ojos oscuros, y acabo por encogerme de hombros-. Está bien, aquí tiene mi tarjeta. -Escribo en ella el número de casa- Llámeme mañana por la noche.

Toma mi tarjeta, gira sobre sus talones, y sale por la puerta. De repente, recuerdo que no sé el número de componentes de su grupo, y corro a la portería a preguntárselo, pero cuando llego, él ya ha desaparecido. Miro a uno y otro lado de la calle, pero lo único que consigo ver es una especie de pajarraco negro que parece haberse colado por error entre los edificios; por fin doy media vuelta y paso el resto de la noche en mi sofá, recordando la cena de la noche anterior y meditando en que tal vez mi ritmo estuvo ligeramente pasado de revoluciones.

Bueno, Orgullo y Prejuicio, la banda multírracial que acaba todos sus conciertos levantando el puño en alto, está en chirona por pederastia, y de repente me encuentro con un agujero que llenar en el Palace, de modo que me digo a mí mismo, qué diablos, el 50 % es el 50 %, y coloco allí a Vlad y las Empaladoras para el viernes por la noche.

Me paso por su vestidor una hora antes del concierto, y allí está el viejo Vlad más flaco que nunca, rodeado por tres bombones vestidos con camisones blancos y dándoles mordisquitos en el cuello; y pienso que si eso es lo más depravado que es capaz de hacer, resulta muy preferible a la mayoría de los rockeros con los que tengo que lidiar.

-¿Cómo van las cosas, encanto? -digo, y los tres bombones ponen pies en polvorosa de inmediato-. ¿Listos para dejar difunto al auditorio?

-Difunto no me sirve de nada -contesta sin ni tan siquiera sonreír.

De modo que, después de todo, sí que tiene sentido del humor, aunque un tanto seco y siniestrillo.

-¿Qué puedo hacer por usted, señor Barron? -me pregunta.

-Llámame Murray -le corrijo-. El baranda de las relaciones públicas quiere saber dónde habéis tocado últimamente.

-Chicago, Kansas City y Denver.

Le dedico mi risita más sofisticada.

-¿Quieres decir que hay gente entre L.A. y la Gran Manzana?

-No tanta como solía -me contesta, y me imagino que es su manera de informarme de que la banda no está teniendo precisamente un éxito deslumbrante.

-Bueno, no te preocupes, tronco -digo-. Esta noche todo va a ir perfectamente.

Llaman a la puerta; voy a abrir, y entra un muchacho con una caja de cartón larga y plana en las manos.

-¿Qué es eso? -pregunta Vlad, mientras yo despido al mensajero con una propina.

-Me figuré que necesitaríais un poco de comida energética antes de salir al escenario -explico-, de manera que encargué una pizza.

-¿Pizza? -dice, mostrando el ceño-. Nunca la he probado.

-Estás de broma, ¿verdad? -quiero saber.

-Ya se lo dije antes: nunca bromeo. -Mira fijamente la caja-. ¿Qué hay dentro?

-Sólo lo normal -contesto.

-¿Qué es lo normal? -pregunta en tono suspicaz.

-Salchichón, queso, champiñones, olivas, cebolla, anchoas...

-Ha sido muy amable por su parte, Murray, pero nosotros no...

-Y ajo -añado, después de oler la pizza.

Da un grito y se tapa la cara con las manos.

-¡Llévesela de aquí! -chilla.

Bueno, supongo que debe de ser alérgico al ajo, lo que es una jodida lástima porque una pizza sin un poco de ajo no vale nada; pero llamo al chico, y le digo que se lleve la pizza y vea si me pueden devolver el dinero. Una vez ha salido de la habitación, Vlad empieza a recuperar su compostura.

Entonces llega un tipo y avisa que deben estar en el escenario dentro de cuarenta y cinco minutos. Yo pregunto si quieren que me vaya mientras se ponen los trajes.

-¿Trajes? -pregunta desconcertado.

-A menos que penséis actuar con lo que lleváis puesto -gruño.

-A decir verdad, eso es precisamente lo que nos proponemos hacer -responde Vlad.

-Vlad, tronco, preciosidad -le digo-. No sois simplemente cantantes... ¡sois artistas! Tenéis que dar espectáculo por todo el dinero que ha pagado el público..., y eso quiere decir darle algo que mirar, y no sólo algo que escuchar.

-Nadie se ha quejado de nuestra ropa hasta ahora -dice.

-Bueno, tal vez no en Chicago o en Kansas City; pero esto es L.A., pequeño.

-No pusieron pegas en Saigón, ni en Beirut, ni en Chernobyl, ni en Kampala -rezonga con cara de pocos amigos.

-Bueno, ya sabes cómo son esos poblachos rurales del Medio Oeste -comento con un gesto despectivo-. Ahora estáis en la primera división.

-Actuaremos con la ropa que llevamos puesta -dice, y algo en su expresión me indica que es mejor que tome mi dinero y no haga un caso federal del asunto, de modo que me vuelvo a mi oficina y llamo a Denise, el bombón que me regó de sopa; le digo que la he perdonado y le pregunto si tiene algún plan para la noche, pero tiene jaqueca, e incluso puedo oír a la jaqueca gimiendo y susurrando chorraditas dulces a su oído, de modo que le digo lo que realmente pienso de las zorras sin talento que intentan arrimarse a los agentes de espectáculos realmente importantes, y luego voy a la cabina de control y espero que mi nueva adquisición aparezca en el escenario.

Al cabo de unos diez minutos aparecen Vlad, vestido todavía de negro aunque ha añadido una capa a su traje, y las tres Empaladoras con sus camisones blancos; e incluso desde donde yo estoy puedo advertir que han abusado del lápiz de labios y el maquillaje, porque los labios son de un color rojo brillante, y las caras, tan blancas como los camisones. Vlad espera hasta que el auditorio guarda silencio, y yo me vuelvo loco porque lo que empieza a cantar es una especie de rap, y peor aún, canta en algún idioma extranjero de modo que nadie va a entender la letra; pero en el momento en que mayor es mi aprensión de que los espectadores se pongan a destrozar el local, me doy cuenta de que están sentados absolutamente inmóviles, y pienso que una de dos, o le encuentran algún atractivo al asunto después de todo, o se están aburriendo tanto que no les quedan ni siquiera energías para armar jaleo.

Y entonces ocurre algo todavía más extraño. En alguna parte fuera del edificio un perro se pone a ladrar, y luego otro, y un tercero, y un gato maúlla, y muy pronto aquello suena como una sinfonía de corral, y así sigue durante media hora por lo menos, con todos los animales de diez kilómetros a la redonda aullando a la luna, hasta que Vlad se calla, hace una reverencia, y de repente toda la basca se pone en pie y rompe a gritar, a silbar y a aplaudir con tanto entusiasmo que empiezo a creer que estamos ante un nuevo Liverpool.

Corro a las bambalinas para felicitarle, y cuando llego le veo ocupado en dar mordisquitos a un par de chiquillas que han conseguido sortear la barrera de las fuerzas de seguridad; supongo que no es peor eso que compartir un petardo con ellas. Luego se vuelve hacia mí.

-¿Podremos tener el dinero antes de marcharnos de aquí?

-Imposible, chato -digo-. No tendremos las cifras de la recaudación hasta la mañana.

Frunce el entrecejo.

-Muy bien -dice por fin-. Enviaré a un socio mío a su despacho, para recoger nuestra parte.

-Como quieras, Vlad, tronco.

-Se llama Renfield -añade Vlad-. No se deje impresionar por su aspecto.

Como si pudiera impresionarme el aspecto de alguien después de veinte años de organizar conciertos de rock.

-De acuerdo -digo-. Le espero a, digamos..., ¿las diez en punto?

-Me parece aceptable -contesta Vlad-. Ah, una cosa más.

-¿Sí? -pregunto.

-Ese anillo con el escarabajo que lleva en el meñique de la mano izquierda...

Se lo enseño.

-Es una preciosidad, ¿verdad?

-Le recomiendo encarecidamente que se lo quite y lo esconda en su escritorio antes de que aparezca el señor Renfield.

-¿Un cleptómano? -me asombro.

-Algo por el estilo -contesta Vlad.

En ese momento entra en el vestidor una chica de la Western Union y descarga una tonelada de telegramas encima de Vlad.

-¿Qué es esto? -pregunta.

-Significa que has dado en la diana, tronco -digo yo.

-¿Ah, sí?

-Abrelos y léelos -le animo.

Abre el primero, lo lee rápidamente y lo suelta como si fuera una patata caliente. Luego se refugia en un rincón, silbando como un neumático pinchado.

-¿Cuál es el problema? -digo, después de recoger el telegrama y leerlo: TE AMO Y QUIERO UN HIJO TUYO. AMOR Y XXX, KATHY.

-¡Cruces! -balbucea.

-¿Cruces? -repito, intentando entender por qué se ha asustado.

-Abajo -dice, señalando el telegrama con un dedo tembloroso.

-Son equis -le explico-. Quieren decir besos.

-¿Está seguro? -pregunta, todavía acurrucado en el rincón- A mí me parecen cruces.

-No -insisto, saco el bolígrafo y dibujo dos trazos en el telegrama-. Una cruz es así.

Grita y se encoge en posición fetal; me da la sensación de que ha esnifado un poco de coca, después de todo, o bien le ocurre que no encaja bien el éxito, de modo que me despido dando un beso a cada una de las chicas -tienen las mejillas tan frías como la mano de él, y tomo nota para quejarme del sistema de calefacción-, y me vuelvo a casa soñando con los millones que vamos a ganar en los próximos dos años.

Bueno, Renfield aparece a la mañana siguiente, a la hora en punto en que habíamos quedado, y me pregunto qué será lo que le preocupaba a Vlad, porque comparado con la mayoría de los tipos del heavy metal con los que tengo que tratar, no es más que un hombrecillo pacífico y nada prepotente. Charlamos, y me cuenta que su hobby es la entomología; puedo ver que dice la verdad porque su carita hogareña se ilumina como un árbol de Navidad cada vez que sale a relucir el tema de los escarabajos. Por fin, toma el dinero y se va.

En ese momento, un Mercedes me parece realmente muy poca cosa, y empiezo a pensar seriamente en la posibilidad de comprar en su lugar un Rolls Royce Silver Spirit, pero el hecho es que nunca he vuelto a ver a Vlad y las Empaladoras. Orgullo y Prejuicio consigue reunir la fianza, Cubos de Sangre sale libre por los pelos debido a una apreciación técnica del juez, y de repente me encuentro con que lo único que puedo ofrecer a mi nueva superestrella es un concierto patrocinado por un grupo parroquial local, y él lo rechaza; le llamo a su hotel para explicárselo, y me dicen que se ha marchado sin dejar ninguna dirección.

Hojeando Variety y Billboard, el año siguiente, veo que ha actuado en ciudades muy de segunda fila, como Soweto y Lusaka, y lo último que he sabido de él es que se dirigía a Kuwait City; y opino que es una lástima, con todo el dinero que podríamos haber ganado para los dos, pero jamás he podido entender a las estrellas del rock, y ese tipo era un poco más duro de mollera que la mayoría de ellos.

Bueno, tendrán que perdonarme, pero ahora tengo que marcharme. Voy a la primera audición de un nuevo grupo, Igor y los Ladrones de Tumbas, y no quiero llegar con retraso. Me han dicho que tienen mucho talento, pero que les falta vida. Sin embargo, qué diablos, nunca se sabe cuándo y dónde va a surgir el rayo que haga saltar de nuevo la chispa vital decisiva.

Mike Resnick

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