domingo, 25 de julio de 2021

AL LLEGAR A COMPOSTELA

 


Para no darle más vueltas al asunto, se dirigieron al Pórtico de la Gloria, con el fin de que el pesquisidor pudiera admirarlo de cerca. El clérigo le contó que la catedral se mantenía abierta todo el día, debido a que muchos peregrinos querían visitarla nada más llegar a Santiago, fuera la hora que fuera, y pasar la noche en ella. También le dijo que, en la víspera de la fiesta de Santiago, se peleaban con el bordón por quitarse los unos a los otros la guardia nocturna del altar, llegando a haber heridos y hasta algún que otro homicidio. Mientras escuchaba a su amigo, Rojas pudo contemplar las riñas de algunos romeros por ser los primeros en acceder a la catedral.

El clérigo le explicó que, a su llegada a la basílica de Santiago, los peregrinos realizaban un curioso ritual, dirigido a conseguir el perdón de los pecados y la purificación de su alma. «Todo gira aquí en torno a ese asunto», recalcó. Se trataba de un itinerario simbólico en el que estaban representados el principio y el fin, el Génesis y el Juicio Final. Los romeros que venían de hacer el Camino Francés solían entrar por la puerta del Paraíso o Francígena o de Azabachería, situada en el norte, cuyo pórtico mostraba escenas de la creación, del pecado original y de la expulsión del Paraíso, con la intención de recordarles que todos eran pecadores. Ya en el interior, hacían entrega de cera y aceite para las lámparas en su nombre o en el de otros que se lo habían encomendado. Había tantos cirios encendidos que el templo resplandecía como si fuera pleno día.

Muchos donaban también dinero u otras ofrendas de valor, y todo ello se iba guardando en unas arcas de madera vigiladas por un guardián o arqueiro, que anunciaba en varias lenguas las indulgencias concedidas por la peregrinación y por las correspondientes dádivas.

Después, los peregrinos recorrían las capillas del crucero rezando a los distintos santos. Tras confesarse y comulgar en alguna de ellas, cada peregrino recibía, a cambio de unas monedas, la llamada compostela, un documento que acreditaba que había realizado la peregrinación. Continuaban luego por la puerta de Platerías, orientada hacia el sur, donde se mostraba la muerte de Jesús para redimir a los hombres de sus pecados. El ritual culminaba con el abrazo corporal a la figura del santo o apretá, que se completaba con un ruego en voz baja: «Amigo, encomiéndame a Dios», y que simbolizaba la unión con el apóstol, que se encontraba en un camarín al que se subía por unas escaleras que había detrás del altar. Por último, se salía por el Pórtico de la Gloria, donde podía contemplarse el juicio final, según el Evangelio de San Juan. Una vez conseguido el perdón, gracias a Jesucristo, el peregrino ya podía comparecer ante el Juez Supremo sin miedo alguno.

Los dos amigos se dirigieron a la fachada este, donde se encontraba la puerta Santa o puerta del Perdón, que se había construido no hacía mucho y que tan solo se abría en los años santos jacobeos. Para ello tuvieron que pasar por la plaza de Platerías, llamada así por los talleres de orfebrería en los que se vendía, como recuerdo de haber estado en Santiago, toda clase de objetos de plata con motivos relacionados con el Camino. En el atrio o paraíso de la fachada norte, estaban, por otro lado, las tiendas de azabache, muy apreciado por los romeros, así como los puestos de conchas, naturales o de metal, botas de vino, zapatos, escarcelas de piel de ciervo, cinturones, correas, amuletos y figas para combatir el mal de ojo, bordoncillos de hueso, hierbas medicinales…

Luis García Jambrina, El manuscrito de barro

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