Primero los colores.
Luego los humanos.
Así es como acostumbro a ver las cosas.
O, al menos, así intento verlas.
UN PEQUEÑO DETALLE
Morirás.
Sinceramente, me esfuerzo por tratar el tema con tranquilidad, pero a casi todo el mundo le cuesta creerme, por más que yo proteste. Por favor, confía en mí. De verdad, puedo ser alegre. Amable, agradable, afable... Y eso sólo son las palabras que empiezan por «a». Pero no me pidas que sea simpática, la simpatía no va conmigo.
RESPUESTA AL DETALLE
ANTERIORMENTE MENCIONADO
¿Te preocupa?
Insisto: no tengas miedo.
Si algo me distingue es que soy justa.
Por supuesto, una introducción.
Un comienzo.
¿Qué habrá sido de mis modales?
Podría presentarme como es debido pero, la verdad, no es necesario.
Pronto me conocerás bien, todo depende de una compleja combinación de variables. Por ahora baste con decir que, tarde o temprano, apareceré ante ti con la mayor cordialidad. Tomaré tu alma en mis manos, un color se posará sobre mi hombro y te llevaré conmigo con suma delicadeza.
Cuando llegue el momento te encontraré tumbado (pocas veces encuentro a la gente de pie) y tendrás el cuerpo rígido. Esto tal vez te sorprenda: un grito dejará su rastro en el aire. Después, sólo oiré mi propia respiración, y el olor, y mis pasos.
Casi siempre consigo salir ilesa.
Encuentro un color, aspiro el cielo.
Me ayuda a relajarme.
A veces, sin embargo, no es tan fácil, y me veo arrastrada hacia los supervivientes, que siempre se llevan la peor parte. Los observo mientras andan tropezando en la nueva situación, la desesperación y la sorpresa. Sus corazones están heridos, sus pulmones dañados.
Lo que a su vez me lleva al tema del que estoy hablándote esta noche, o esta tarde, a la hora o el color que sea. Es la historia de uno de esos perpetuos supervivientes, una chica menuda que sabía muy bien qué significa la palabra abandono.
Markus Zusak, La Ladrona de Libros
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